martes, 5 de octubre de 2010

Humanidades y ciencias

Cuando a menudo se ha preguntado sobro el mutuo desconocimiento entre ciencia y filosofía buscando explicarse esta lamentable guerra fría, se ha respondido que esto sucede por la naturaleza humanística de la filosofía - y lo que es más curioso - dicha respuesta ha satisfecho y calmado los ánimos, inclusive, de aquellos que se dedican a la investigación.

El científico enfrascado en los problemas de su ámbito, no estima de interés aquellas posibles relaciones que puedan establecerse con asuntos de áreas de competencia de la filosofía. Igualmente, parece natural, que el filósofo oriente su quehacer a su temática tradicional desinteresado de los resultados provenientes del campo de las ciencias.

Esta separación o desvinculación de ciencia y filosofía no es normal: 1) La historia del pensamiento occidental demuestra una tradición contraria, de acercamiento, tanto que desde la antigüedad clásica ciencia y filosofía formaban un solo conocimiento; 2) Es a parte la ciencia moderna que ambos saberes se van desconectando con la aparición del conocimiento experimental; 3) En cambio, en la ciencia actual, según el testimonio de grandes científicos no se advierte ningún antagonismo hacia el pensar filosófico, -más bien lo contrario- se enfatiza en la interdependencia de la ciencia y la filosofía y en las ventajas que ofrece conocer los alcances y los procedimientos de dichas disciplinas.

El impacto del saber filosófico sobre la ciencia hoy en día, ha permitido descubrir en la investigación científica una serie de cuestiones de índole filosófica, que hacen desaparecer los enfrentamientos y acortan las distancias, recuperando ambos saberes sus parciales pero auténticas funciones en el ámbito de la cultura.

Es importante reconocer que, en el seno de todo saber, se halla Instalado un no saber, un cierto horizonte de ignorancia, que en todo momento debe percibirse, pues cuando la mente ya no siente la “vocación insaciable del conocimiento” o está plenamente satisfecha de su saber, dicho saber deja inmediatamente de serlo. No existe un saber último y definitivamente absoluto, una especie de garantía general e inmutable para explicar la realidad total.

Esta actitud ha generado siempre el estatismo y anquilosamiento de los sistemas, cuando se instalan en sus certezas deteniéndolas a capa y espada en contra de una apertura radical a nuevos problemas, terminando por cerrarse a sí mismos, desconectándose de sus lagunas y oscuridades y evitando la problematización de sus propios resultados.

Sería imposible impartir racionalmente y sentido pleno a nuestra existencia sin la ciencia, artes o humanidades, tan gratos y necesarios para el desarrollo humano. Es cierto que unos se sentirán mayormente conmovidos con un bello poema que con una teoría científica o con ambos, pues no hay riña entre ellos. Tanta belleza podrán advertir en una producción científica, como en una artística o filosófica. Todo depende de una serie de cualidades y rasgos personales del sujeto. Se gozará con la belleza que continuamente extrae del mundo material. Del mismo modo, que el goce pleno del ser, que apela al logos filosófico como tarea límite para intentar poseer las estructuras últimas y totales de la realidad. Se tratará de superar las dudas que la ciencia no puede solucionar, orientando la vocación reflexiva a fin de mantener vivo el interés por las cuestiones que de olvidarse empobrecerían la vida, pues el espíritu puede desembocar en amodorramientos dogmáticos”, para los que una pizca de filosofía sería el recurso legitimo.
Lo recomendable es no absolutizar nuestras posiciones manteniéndonos siempre abiertos a una revisión, única vía para su enriquecimiento y continuar problematizándolas permanentemente. Ejemplifica lo anterior, lo que sucede con las teorías aceptadas por la ciencia que gozan de buena reputación en este campo. Los expertos no las declaran verdaderas sino corroboradas, señalando que sus creadores no deben asumir su defensa como es natural, sino tratar de atacarías con el ánimo de derribarlas, y en la medida que soporten este asedio continuarán vigentes, logrando una corroboración cada vez mayor. Y nada más.

La estrategia asumida por el vicio del “cientificismo” y el neopositivismo ha sido la de enfrentar y menospreciar la sabiduría proveniente de sectores culturales que no tenían que ver con sus intereses derivados de la observación de los hechos, tratando de unidimensional el saber, arrinconándolo en el recodo del mero practicismo y del registro factual, despotenciando a la mente de sus naturales talentos cognoscitivos y hermenéuticos para desocultar la realidad. Frente a la realidad observable o campo de actuación de las ciencias particulares, se da otra realidad que es competente de otras disciplinas como las filosóficas cuyos recursos siempre están abiertos a todos los posibles aspectos del objeto no observable en términos empíricos y sus relaciones presentes y  futuras.

Esto de hecho invalida la pretensión absurda de querer asignar a un sólo cuerpo de conocimientos la función exclusiva de hacerse cargo de la realidad total que como hemos señalado ha de ser función de un saber último, ajeno a la cientificidad positiva. Tanto la ciencia como la filosofía, son sabores reflexivos, analíticos, sistemáticos profundos, poseen notas semejantes pero se diferencian en el enfoque o punto de vista u objeto sobre el que versan, pues la ciencia se orienta a la realidad observable y la filosofía lo hace en último término, a la no observable. El enfoque o punto de vista de la filosofía lo es acercarse a su objeto con una metodología plural, en cambio en las ciencias el método prescinde obligatoriamente de gran parte del objeto material y se vuelve rápidamente técnico. Con la filosofía es diferente, pues no puede prescindir nunca de los demás aspectos del objeto material y el filosofar nunca puede abandonarse a una determinada metodología.

Otro problema es el suscitado en torno a la controversia entre el conocimiento científico y el proveniente de las ciencias sociales, pues algunos estudiosos han negado que éstas sean verdaderamente científicas y sí es posible un conocimiento científico de carácter social. El primer problema que presentan estas disciplinas es su aparento falta de teorías científicas que gocen de aceptación en la comunidad científica. Existen teorías pero dentro de cada escuela o corriente donde gozan de aceptación, que choca con la consagrada en otras escuelas e incluso son diferentes, y hasta formuladas con criterios científicos incompatibles.

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