miércoles, 2 de marzo de 2011

Mass media y la escuela paralela

Un aspecto generalizado en la sociedad actual es que ésta se encuentra sometida a la influencia cada vez mayor de la comunicación y de la información. Hoy día, el hombre se encuentra en medio de una tupida red de mensajes y de informaciones, de diverso origen y naturaleza que muchas veces no logra controlar. Son los medios de comunicación de masas (mass media): prensa, radio, televisión, cine, carteles, etc. Este fenómeno contemporáneo encuentra un sistema educativo desconcertado, con esquemas y normas tradicionales, que resultan inadecuadas para enfrentar una sociedad en tránsito a singulares modificaciones futuras.

Lo paradójico de todo esto, es que en medio de esta revolución mundial de las comunicaciones y de la informática, que afectan la vida y el comportamiento, la escuela tradicional pretende ignorar el lenguaje específico de los medios de comunicación y el mar de informaciones motivaciones que los niños y adolescentes reciben, con mayor grado de interés y atracción, que los transmitidos por los maestros. Esto, se debe en parte, a que se han visto los medios de comunicación, v.g. la televisión, como un simple pasatiempo, subestimando su importancia en otros campos, especialmente en la educación.

Por ejemplo, la publicidad comercial es objeto de diversos estudios, el fenómeno publicitario puede ser abordado desde diversos ángulos, atribuyéndosele incluso funciones educadoras. En un interesante y documentado trabajo. Aspíllaga Pazos (1) examina las funciones educativas de la publicidad señalando que “la publicidad es parte integrante de la dinámica social y un tipo de estímulo ambiental, sui generis, potencialmente muy rico, que tiene capacidad educativa y rasgos típicos propios que la diferencian de los demás estímulos ambientales”. Afirma que las posibilidades educadoras de la publicidad comercial están llena de promesas y que cada anuncio debe potenciarlas, ya que: “De ese modo, la publicidad aparte de incrementar las ventas, logrará hacer mejores a los consumidores, refinando el gusto; fortaleciendo actitudes sociales, de servicio y de ayuda desinteresada a los demás, creando hábitos de convivencia; deseos de hacer felices a quienes nos rodean; de tener en cuenta los intereses de los otros, etc”. La autora en mención al señalar la capacidad educadora existente en la publicidad comercial define la publicidad educativa en sentido amplio “como la acción informativa que directamente se ordena a servir, en forma remunerada, a los propósitos de venta de productos o servicios y que, indirectamente, intenta ayudar a la persona o lograr el propio perfeccionamiento”.

“En sentido estricto -prosigue-, es información pagada, que directamente se ordena a la venta de productos o servicios y que, indirectamente a través de estímulos positivos preconcebidos y vertidos en el anuncio, intenta influir y motivar. Influir, sosteniendo y afirmando valores humanos objetivos, creando y favoreciendo actitudes positivas y hábitos que acercan al hombre a su propio fin; motivar suscitando emociones específicamente humanas”.

El universo de los medios de comunicación de masas y el conformado por los sistemas educativos tradicionales, representan a nivel mundial la coexistencia de dos fuentes de información y de saber, de dos culturas, cuya tendencia general es a ignorarse mutuamente; de ahí que las relaciones hayan sido a la fecha muy pobres, casi inexistentes o contradictorias. Hasta hoy, la escuela tradicional no ha sido capaz de aprovechar los beneficios de los sistemas de comunicación de masas. Ha criticado la influencia poderosa que negativamente pueden tener en la mentalidad y comportamiento de los niños y de los adolescentes. Sin embargo, en la vida cotidiana, la omnipresencia de los medios de comunicación parece dar una nueva dimensión a la problemática educativa.

La situación es que en el mundo actual, efectivamente, coexisten estas dos influencias institucionales: la escuela tradicional y la “escuela paralela’ o de los medios de comunicación e información (2). La escuela tradicional, la de la lectura y escritura, con su rasgo sobresaliente de ser el lugar donde se ejercita la crítica. Frente a ella, la “escuela paralela”, con sus técnicas, contenidos y funcionamiento radicalmente diferentes, con una influencia mayor sobre la inteligencia, afectividad y personalidad moral de los niños y adolescentes, que generalmente está en desacuerdo con la impartida en la escuela. No es difícil imaginar las contradicciones que se presentarán en la cabeza de los jóvenes “usuarios” cuando reciben este contingente de informaciones contradictorias de todo aquello que le enseñan y transmiten en el aula.

La comunicación parece arrebatar a la escuela su monopolio educativo, la creciente red de informaciones, la extensión en la difusión de las informaciones a nuevas categorías sociales y geográficas, posibilitan de hecho, el acceso directo a las fuentes del saber. Los jóvenes empiezan sin intermediarios y sin esfuerzos, a invadir el hasta entonces inaccesible mundo de los adultos. Ya no es en la escuela donde se familiarizan con los conceptos básicos del universo tecnológico, ahora se enfrentan a un saber actualizado y desordenado (conocimiento en mosaico o “cultura mosaico”) que se aparta ya de las categorías intelectuales tradicionales.

La nueva sociedad de los medios de comunicación brinda un conjunto de vías de acceso a los contenidos globales del conocimiento en forma y contenidos muy diferentes a los tradicionales, aspecto que no marca el significado de los medios en la configuración de nuestra cultura; especialmente la televisión, cuyo formidable impacto ha afectado más la estructura de la vida cotidiana en 20 años que la lograda por la escuela en 10 siglos (3). Como promedio, un niño europeo de 10 años pasa 24 horas a la semana frente a la televisión, casi como el tiempo que pasa en la escuela; en los Estados Unidos, un joven de dieciséis años ha pasado un mínimo de 15.000 horas de su vida viendo la televisión (4). “Hoy día un análisis más fino nos lleva u considerar que el “impacto” de la comunicación no es más que el aspecto más visible de un conjunto más amplio de transformaciones debidas a las modificaciones progresivas del entorno humano” (Henri Dieuzeide).

Este saber actual y desordenado proveniente de los “mass media” es una especie de “conocimiento mosaico”, una información caótica que difunde informaciones efímeras, superficiales o sensacionales, que se imponen al usuario sin capacidad de control, reforzando los sistemas simbólicos comunes, recortando el particularismo de los grupos, reforzando los estereotipos; aspectos que conducen a una estandarización intelectual. Estas fuentes de información: cine, radio, televisión y telemática, han entrado en conflicto y competición con las fuentes tradicionales de información (escuela y familia), perturbando su funcionamiento, contradiciendo sus mensajes y a veces substituyéndolas, generando contradicciones en la conciencia do los sectores jóvenes de la población.

En vía de solución (5), algunos espíritus pragmáticos señalan como posible arreglo que los “mass media” se ocupen del conocimiento contemporáneo, mientras que la escuela tendría la función de transmitir el patrimonio cultural tradicional. De otro lado los tecnócratas, plantean que la escuela deberá distribuir el saber social relacionado con el desarrollo eficaz del hombre y de la sociedad, en tanto que los medios deberán estar al servicio del ocio y del placer, así como do las relaciones internacionales. Para los conservadores, la escuela deberá ser un lugar de silencio, recogimiento, ejercicio intelectual y de integración personal. Hasta el momento, no existe una política sistemática de redistribución de funciones, lo que se observa, es que los dos sistemas tienden a ignorarse y las poquísimas negociaciones entabladas sólo han sido de menor cuantía (un “reparto de migajas”), que no han afectado mínimamente sus privilegios.

Lo sorprendente es que frente a esta novedosa situación, la escuela siga siendo algo aparte, rígido e inmóvil (6). Ha permanecido aislada de la sociedad en la que se apoya, sin propósito de cambio. Cómo es posible que se pida a la escuela cambiar el mundo -preguntan los especialistas- cuando lo primero que hay que reclamar es que la propia escuela tenga que cambiar. La oceánica información que recibe el niño al salir de la clase convierte apenas en un “islote” los conocimientos y valores transmitidos en la escuela. Como dice Ana María Sandi, los educadores del siglo han tenido que hacer frente al desafío de una competición feroz e irresistible; sus alumnos se han visto abrumados por el peso de la información que transmiten los medios de comunicación de masas. Comparados con los programas de televisión, las películas, las tiras cómicas, las imágenes multicromáticas de las revistas y los libros de bolsillo de ciencia ficción, las lecciones o los ejercicios de matemáticas y gramática parecen insípidos y penosos (7).

La vida de los alumnos ha sido penetrada con tal fuerza por la televisión, que según estadísticas americanas un niño pasa durante su escolaridad (trece años) cerca de 15,000 horas viendo televisión y solamente 11,500 en la escuela, situación que ha llevado a un autor a calificar la televisión como “primer plan de enseñanza”, con lo que la escuela pasa a ocupar el segundo lugar (Mircea Malitza).

La revolución informática -anota Ana María Sandi- exige que los jóvenes se conviertan en “conocedores de los medios de comunicación”, aprendiendo a discernir lo que en ellos puede haber de útil. La mejor manera de evitar que los medios de comunicación nos manipulen es aprender a manipularlos.

La televisión, sin ser una categoría educacional, se ha impuesto como instrumento de formación. Semióticamente la imagen es un símbolo como la palabra; es un símbolo icónico, mientras que la palabra es una forma simbólica. Mientras que la imagen es directa, única y concreta; la palabra es abstracta, conceptual y traducible. Ambas son modelos de la realidad en tanto que presentan aspectos de la misma (Mircea Malitza). Contextualmente, la imagen es más rica que la palabra y presenta menos dificultades. De ahí el interés y el entusiasmo que provoca en los niños.

Por todo esto, el conflicto se presenta desigual. Los medios de comunicación son más poderosos que la escuela, colocándola en una posición defensiva e inquietante. Concentran un mayor poder económico, financiero y tecnológico, tienen a su favor la divulgación masiva y cotidiana de la cultura, aventajan a la escuela por su contenido emocional, son más accesibles y poseen mayor fuerza generadora de interés y placer.

Ya no hay manera de esquivar el problema, es menester responder a la comunicación de masas y aprovechar plenamente las grandes posibilidades ofrecidas por la información y el conocimiento. Compete a la escuela enfrentar este reto, por ser el lugar donde se aprende a leer críticamente, donde se integran los conocimientos, se asimila la información, se programa el aprendizaje y se transmite un caudal de conocimientos en forma coherente y ordenada. La escuela es la depositaria del espíritu crítico, la que enseña la lucidez y la que puede dar sentido a la información simple, inconexa y diseminada de los medios de comunicación e información, con su profusión, superposición y despilfarro de recursos, que deberán ser racionalmente incorporados al campo educativo. Por eso, la escuela, debe abandonar su torre de marfil, evaluar las posibilidades de los nuevos sistemas de comunicación, incorporar los aspectos positivos, separar sus efectos distorsionadores, deberá flexibilizar sus estructuras y enfrentar la realidad, con propósito de cambio, de renovación, de adaptación.

La escuela posee los pergaminos suficientes para asumir consciente e inteligentemente esta tarea. La escuela es la única que reúno las condiciones teórico-prácticas para interpretar e integrar la información, o tendrá que resignarse a ser el furgón de cola de los sistemas sociales que avanzan hacia la nueva sociedad del futuro.

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Notas:

(1) ASPILLAGA PAZOS, C. Capacidad educativa de la publicidad, Ed. Universidad de Piura, 1990, p. 170, 175
(2) UNESCO: La educación en materia de comunicación, París, 1984. p. 6
(3) MOLES, Abraham, op.cit., p. 28.
(4) DIEUZEIDE, Henri, Comunicación y educación, en UNESCO: La educación en materia de comunicación, París, 1984. p. 74.
(5) Ebid., p. 77
(6) ELY, Donaid P., Los dos mundos de los alumnos, en UNESCO: La educación en materia de comunicación, París, 1984. p. 96
(7) SANDI, Ana María, Información de masas y educación, en UNESCO: La educación en materia de comunicación, París, 1984, p. 82


Artículo publicado el 10 de junio de 1993, en el diario La Industria de Trujillo.

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